En primera persona …

Por Federico Arias

Comencé en 1995, a los 14 años. Pero mis contactos con la colombofilia y las palomas fueron varios, mucho antes:

A media cuadra de mi casa, había un colombófilo, Carlos Menaldi, y me quedaba asombrado viendo volar sus palomas cuando tenía 6 o 7 años. Un día de mucha neblina y humedad, una de sus palomas bajó en mi casa, la agarramos con mi papá entre las masetas del patio y se la llevamos, nos hizo pasar, nunca vi algo que me impresionara tanto. Había tantas palomas juntas (Carlos solía tener unas 300 palomas habitualmente), se veían tan grandes y resaltaban los anillos, toda una situación que a uno lo marca.

En la vieja y alta antena de televisión de una vecina era normal que se le posaran las palomas en el vareo diario (llegué a contar 30 en alguna oportunidad). En una ocasión una paloma se enganchó con el anillo y quedó colgada allí, tres días al menos, viva. Carlos no decía nada, no sabía qué hacer. Yo habré tenido 8 años, año 1989. Nunca dejé de mirar tanto esa paloma, día y noche, y ver como se movía queriendo desengancharse, sin éxito. Todo el vecindario estaba atento al desenlace, y llegado el fin de semana, un vecino joven –el “Tochi” Gonella, decidió subirse lo más que podía a la antena –una situación riesgosa-, y con una caña logró desengancharla. No quiero exagerar, pero debemos haber sido unas 50 personas del barrio las que estábamos expectantes del resultado. La paloma cayó sin volar y exhausta al patio de la casa con la antena y ahí si apareció el dueño para recuperarla. Menaldi contó luego que la paloma se había quebrado una pata y la había entablillado, quedando curada al poco tiempo.

En paralelo a esa época, cuando iba a primer o segundo grado, iba a jugar a la casa de un compañero de la escuela. Era Christian Saluzzo. Había frente a su casa un baldío con montículos de tierra que se había transformado en una pista para bicicross. Íbamos varios a jugar. Pero un día fuimos a su patio, y oh sorpresa vi el palomar de su papá, Enzo. Les puedo asegurar que de ahí en más yo era uno de los que iba a la casa de Christian, pero mientras todos se iban con las bicis a la «pista», yo me quedaba al lado del palomar, impresionado, viendo las palomas.

También en el barrio, era amigo de otro chico que vivía a dos cuadras de casa, y resulta que también tenía palomas mensajeras, de apellido Blengino. Le limpiaba el palomar a Menaldi, y a cambio “ligaba” palomas. Conocí su palomar en alguna ida a su casa. Él nunca llegó a competir.

Como a todos les habrá pasado, en la primaria había que llevar recortes de aglomerado para hacer manualidades. Yo compraba mis maderas a la vuelta de la casa de mi abuela Ilda. Era la maderera de Don Edgar Depetris, padre de Daniel. Pegado al galpón estaba el palomar. Mientras él cortaba lo que le pedía, me iba a ver las palomas. Me decía que me iba a regalar algunas, si su hijo le dejaba.

En una esquina del gran patio de mi escuela Florentino Ameghino estaba instalado el palomar de otro colombófilo, muy querido de Bell Ville, “Cacho” Tamborini. Esto obviamente para él no era nada positivo…. Jugábamos al fútbol y más de una vez una pelota iba a parar al techo de su palomar, y si estaban sueltas, volaban y volaban…cuantos pichones en etapa de acostumbramiento se le habrán perdido… También, en más de una ocasión, algunos les tiraban piedras, no para herirlas, sino para hacerlas volar. Yo siempre estaba atento o me asomaba por la tapia de la escuela, para verlas.

Y así, sin querer y sin buscarlo, en mi infancia conocí circunstancialmente cinco palomares de mi ciudad, de los 10 o 12 que había por entonces. Además, veía regularmente volar la bandada de Eduardo Angelino en el Bv. Colón, frente a la casa de Doña Elena, a donde solíamos ir a comer los fines de semana en familia.

La cosa no termina acá. En los actos patrios en la plaza a los que nos hacían ir, obviamente yo estaba al lado de los canastos, a la espera de que los miembros de Alas Bellvillenses de la época hicieran la majestuosa suelta. Acostumbraban a colocar unos 4 canastos, 120 palomas.

Ya un poco más adelante, me juntaba con amigos que tenían palomas caseras. Leandro Campoli era uno, con quien nos veíamos en las tardes. Mis primos de Villa María, tenían en su casa unas 15, que eran pichones que se caían de las palmeras que hay en la avenida principal de esa ciudad y que mi tío les llevaba. Cuando iba a su casa de calle Lamadrid compartía con ellos la atención de esos 20 azules…grises les decíamos al no saber el vocabulario colombófilo…-

Un tío abuelo lejano vivía en la zona rural cerca de Bell Ville, y tenía un palomar de campo. Mi abuela Luisa me lo señalaba y cuando pasábamos por la ruta era la vista fija hacia ese lugar.

Otro compañero de primaria, Damián Colmano tenía palomas en su casa, lo mismo que un vecino de la casa de mi abuela materna, Darío Proietti. Con él tuvimos nuestra primera «demora» (¡y única!)  por la policía, cuando nos habíamos subido a los galpones de una antigua vinería abandonada a la búsqueda de palomas caseras y una vecina nos denunció por «merodeo».

Amigos del barrio, los Primomo, habían recibido dos blancos regalados por Menaldi –que era muy celoso con sus palomas, pero en ese caso tuvo que acceder al pedido de aquellos a través de su abuela, que era una de sus pacientes-, y esperábamos ansiosos ver los pichones que iban a nacer de sus huevos.

Mi tío segundo Bruno Piancatelli, que es más chico que yo, tenía palomas en la maderera de su papá “Puchi”, unas dos o tres caseras, que dormían en el gallinero. Allá íbamos seguido con él, y luego yo sólo cuando se le había pasado el interés, a cuidarlas, verlas, ayudar a criar los pichones, en fin, a palomear. 

En fin, llegó un punto en que era tal la ligazón, que quería y tenía que tener palomas propias. Comencé con unas caseras que me dio Campoli, otras que buscamos en el palomar del tío abuelo en el campo, y unas azules que conseguimos en la casa de un gringo que tenía en su casa del pueblo y nos regaló. Duraron poco, en casa no querían que tuviera palomas y se descubrieron que había armado en secreto una jaula arriba del techo del galpón del fondo.

Ya tenían los blancos mis amigos del barrio mencionados anteriormente, así que decidimos criar en casa de ellos y que las palomas eran de todos los involucrados, e íbamos a correr desde ahí, en forma independiente, ¡tipo minicolombódromo! Habíamos hecho los anillos de plástico y el grupo se llamaba asociación colombófila bellvillense, teníamos nuestra comisión directiva, ficha de socios y cuota social, y hasta un himno a las palomas.

La Asociación Alas Bellvillenses la veíamos como algo muy lejano y difícil de ser parte, era gente grande. Habremos tenido 11 o 12 años.

Volví a insistir y por fin me dejaron tener palomas. Me fui de Daniel Depetris, quien me regaló 4 palomas, dos con anillo y dos sin anillo. Eran todas escamadas, una hembra oscura con anillo del 88 (verde flúor) otra con anillo de 1994 (rojo, pero ya desteñido como pasó con muchos anillos de ese año) y dos machos sin anillo. Recuerdo que las llevé en una bolsa arpillera. Era tal la emoción que antes de ponerlas en el palomar que construí con chapas, tejido y maderas, e inicialmente con piso de ladrillos comunes, pasé por lo de distintos familiares con la bici a mostrárselas.

A los pocos días lo contacté a Enzo Saluzzo y me citó una tarde en el palomar reproductor, que lo tenía en la casa de su suegra. Fui en la bici, de nuevo con la bolsa. Se reía… de ahí me llevé unas 12 palomas, había unos machos picudos que uno no se olvida más. Eran palomas de los años `87 –anillo blanco-, `90 –amarillos- `92 –nuevamente blancos- etc. Varios azules y algún overo, molinero y colorado.  Así armé un «reproductor”, y por supuesto luego hice las giras por todos los palomares de Bell Ville: Tamborini, Golinelli, Vinuesa, Menaldi, Celiz, Pavón –que tenía más buchones que mensajeras-, Peralta, Silva, Maujo, Barbero -a él le compré el viejo reloj STB de 32 marcadas, en 200 pesos-, Proietti, Guerrero, un chico que tenía 250 palomas «sueltas», en el barrio policial, Angelino y Escamilla.  De cada uno, siempre me volví con alguna o varias palomas. Ya no habría vuelta atrás.

Daniel Depetris me llevó a la Asociación e hicimos mi primera ficha el 1º de junio de 1995.

Al poco tiempo me contacté con Gustavo Celiz, que buscaba cuidador, e inicié la atención de sus palomas por $100 mensuales, muchísimo para mí en ese entonces, a la par que tenía las mías -crie con anillos amarillos del 95 unos 40 pichones- y a la vez solía ir varias veces por las tardes a lo de Eduardo Angelino a hacérselas volar –de vicio porque no estaba corriendo-. Salía del Comercial a las 13 hs., y toda la tarde era para la colombofilia, en los tres palomares.

Por las tardecitas, ya liberado de las obligaciones de vareo, limpieza y alimentación, me dedicaba a los encuentros con los amigos para charlar de palomas, intercambiarnos, etc. etc. etc. Casi todos los días también visitaba a los Depetris, también para conocer los aspectos de la actividad y las noticias de la Asociación.

¡Así fue que hace más de 27 años la colombofilia pasó a ser parte de mi vida!

25/03/2023